CIENCIA QUE TRANSFORMA

Semillas de vocaciones: una pasantía para aprender ciencia y cuidar el monte patagónico

Una experiencia educativa en el Jardín Botánico de la Patagonia Extraandina de Madryn, que combinó ciencia, conservación y trabajo en equipo, con impacto en la escuela, los estudiantes y las familias.


La pasantía de la Escuela N.° 785 “Troperos Patagónicos”, enmarcada en el proyecto vocacional “Propagación de plantas nativas del monte patagónico. Fomentando su conservación”, se desarrolló en el Jardín Botánico de la Patagonia Extraandina del CCT CONICET-CENPAT de Puerto Madryn y gestionado por uno de sus institutos, el Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales (IPEEC-CONICET), con estudiantes de sexto año del nivel secundario. La propuesta articuló contenidos de ciencias naturales con prácticas concretas de propagación vegetal, orientadas a promover el conocimiento y la conservación de la biodiversidad local.

Durante la experiencia, las y los estudiantes participaron de todas las etapas del proceso científico aplicado a plantas nativas del Monte Patagónico: recolección y tratamiento de semillas, aplicación de métodos pre-germinativos, siembra en distintos sistemas y seguimiento del crecimiento de las plántulas. Estas actividades permitieron comprender, desde la práctica, la complejidad que implica propagar especies adaptadas a ambientes áridos y semiáridos.

“La sensación es que la experiencia fue sumamente productiva: se llevaron mucho contenido, pero sobre todo mucha práctica, que es lo que realmente educa en conservación”, expresó la coordinadora general de la pasantía, Dra. Ana Cenzano, investigadora en el IPEEC-CONICET. “En ese recorrido, el trabajo experimental fue clave para transmitir lo difícil que es propagar una planta nativa, y comprobarlo por uno mismo cambia la mirada”.

Un aspecto destacado fue la dinámica grupal que se generó entre las y los estudiantes. Según Cenzano, “se fueron dando roles de manera muy natural, sacando lo mejor de cada uno, con mucho compromiso y solidaridad”. La aplicación rigurosa del método científico, el cuidado minucioso en cada tarea y la organización del tiempo formaron parte de los aprendizajes centrales, más allá de los contenidos específicos.

La experiencia también se reflejó en la voz de las y los propios protagonistas. “Aprendés un montón de cosas, no solo sobre plantas, sino también a convivir con gente profesional que tiene experiencia en esto”, relató uno de los estudiantes. El proceso de germinación fue uno de los aspectos que más lo sorprendió: “En la escuela vemos laboratorio, pero acá es otra cosa, lo vivimos en persona con profesionales”. Conocer las plantas nativas del monte y las dificultades que enfrentan para crecer en este ambiente cambió su percepción: “No sabía nada de las plantas de Patagonia, y ahora entiendo lo complicado que es que germinen y sobrevivan”.

Desde la mirada docente, la profesora Julia Pistocchi destacó especialmente el valor humano de la experiencia. Señaló que tanto estudiantes como docentes se sintieron acompañados y parte de un equipo, en un entorno científico que dejó de percibirse como lejano. El contacto cotidiano con investigadoras e investigadores permitió derribar miedos, reforzar vocaciones ya definidas y, en algunos casos, habilitar la posibilidad concreta de proyectar una carrera universitaria. También subrayó la importancia de que el trabajo realizado pudiera replicarse en la escuela, en la muestra anual, y valoró el compromiso, la responsabilidad y la calidad humana de quienes participaron, aspectos que consideró centrales para que los aprendizajes cobraran verdadero sentido.

Porque la pasantía también tuvo un impacto que trascendió el ámbito del Jardín Botánico. Los resultados del trabajo fueron presentados por las y los estudiantes en la “Troperiencias”, una feria en la escuela de los y las pasantes, abierta a la comunidad, donde compartieron plantas producidas durante la experiencia, fotografías y relatos del proceso. “Ahí se vieron los resultados concretos de lo logrado, y cómo el proyecto se multiplicó hacia las familias”, señaló Cenzano.

Al cierre, la experiencia dejó huellas profundas. “Que dos estudiantes hayan definido su futuro universitario después de la pasantía fue una sorpresa enorme”, contó la coordinadora. Y recordó una escena que resume el espíritu del proyecto: “Uno de los chicos le explicó a su papá que un piquillín tarda cien años en crecer, y decidieron no usar más esa leña. Ahí entendés que la pasantía impacta en la vida cotidiana y en la forma de vincularse con el ambiente”.

El grupo de estudiantes estuvo constituido por Milagros Ganduya Peralta, Luca Amuleo Arandía, Ana Paula Rocío Pérez, Tiziano Cárdenas Aguilera, Rocío Amarillo, Morena Hidalgo, Lihuen Huircapán, y Gabriel Mostafe. Quienes durante la pasantía estuvieron tutoreados por dos docentes de la escuela: Julia Pistocchi y Natalia Pirillo.

Por su parte, el equipo científico técnico del CONICET involucrado fue conformado por Ana Cenzano, como coordinadora general de la pasantía, acompañada por Sonia Oliferuk, Daniel Udrizar Sauthier, Victoria Campanella, María de la Paz Pollicelli, Candela González, Gustavo Pazos, y Diego Núñez de la Rosa.