Reflexiones - Fernando Coronato


Desde mi puesto laboral en el IPEEC (CENPAT)y desde mi profesión de geógrafo, siempre disfruté mucho las salidas al campo, las “campañas” de relevamiento, o de muestreos, según fuera lo que requiriera el trabajo de investigación en ese momento.  Solían ser viajes largos y casi siempre a sitios perdidos en medio del campo.  Tenía la impresión de partir de expedición.

Al cabo de algunas horas de viaje, cuando ya se acaba el primer termo de mate y el serrucho del camino de ripio empezaba a cansar, inevitablemente me surgía un pensamiento de admiración a los primeros exploradores galeses, quienes –seguramente- ya habían estado en el lugar al que íbamos y en condiciones infinitamente más duras y primitivas.

Porque los colonos galeses, instalados en el  Chubut desde mediados de 1865 iniciaron muy pronto el reconocimiento de su nuevo territorio. Ya en diciembre de ese año remontaron el valle inferior del Chubut unos 100 km aguas arriba y los tranquilizó el hecho de que la infranqueabilidad de los roqueríos que les impidieron continuar hacia el oeste, significaba -creían ellos- que los indígenas tampoco podrían pasar en sentido contrario...

En el  primer año los galeses también se aventuraron a atravesar la meseta que cierra el valle por el noroeste, normalmente desprovista de aguadas por unos 70 km. Descubrieron así, para ellos, el que llamaron Pozo Llave (Ffynnon Allwedd) y que los indígenas conocían como Kengan, en la bajada hacia el Bajo de la Tierra Colorada (ángulo sureste del departamento Telsen). Esta aguada era -bien lo indica el nombre que le dieron- un punto clave en el aprovisionamiento de agua durante los viajes al interior, especialmente al regreso, antes de encarar la etapa final atravesando la meseta.

Luego de estos reconocimientos tempranos, los colonos estuvieron demasiado ocupados en su propia supervivencia en el valle inferior como para explorar fuera de él. Por otra parte, habiendo ya entablado relaciones pacíficas con los tehuelches desde abril de 1866, la incógnita del extra-muros inmediato había disminuído un poco, aunque -en otro sentido- los aborígenes acicateaban la curiosidad de los colonos al comentarles las bondades de la zona cordillerana.

Tardarían 20 años en sacarse las ganas de conocer la cordillera, pero terminarían formando otra colonia allá, y luego otra en Sarmiento.  Después explorarían Santa Cruz,  Deseado, Choele Choel…en fin,  anduvieron por todas partes ….  Por eso, como dije antes, estando en medio del campo,  pensaba en que algún  galés seguramente había pasado por ahí, y entonces recordaba un fragmente de una poesía de María Julia Aleman de Brandt que dice

“....y fuimos los primeros,

sí, después de los indios,

en mirar esta tierra cara a cara,

en medirla por pasos, no por varas,

en un tímido asombro de pioneros.”